#ElPerúQueQueremos

Redención

Publicado: 2012-07-25

Entrando a la etapa de rehabilitación, casi 100 días después de mi fractura, reflexiono sobre la importancia de varias cosas que antes pasaban desapercibidas por notarlas, de alguna forma, como algo natural en mi vida.

Sí, se supone que uno puede caminar bien y lo hace todos los días desde que se levanta hasta que se acuesta en una consecución de miles de movimientos del cuerpo que, a pesar de estar el cuerpo dirigiéndose premeditadamente hacia algún lugar, son individualmente involuntarios en su gran mayoría. Sí, se supone que yo, tú, nosotros los que queramos podemos subirnos a una bicicleta y llevarla a nuestro antojo, sintiendo la libertad y pregonando la idea de que el que no se sube a una bicicleta “no sabe lo que se pierde”. El problema viene cuando sí sabes qué es lo que te pierdes.

Creo que ya lo mencioné en el último post: sufrí una fractura de tobillo que comprometió tanto la tibia como el peroné. Vino con cirugía de yapa y un reposo casi absoluto de dos meses sin poder caminar ni, obviamente, montar bicicleta. Durante dichos dos meses me pasaba el día en una habitación que daba a la calle escuchando a menudo ese sonido antes tan peculiar, tan familiar y, en ese momento, tan envidiado; el sonido de una cadena viajando entre los piñones y platos de las ruedas de una bicicleta. Lo que históricamente contenía un significado de esclavitud para mí era todo lo contrario: esa cadena significaba libertad.

Pasaron 60 días para que el traumatólogo me dijera que podía empezar a caminar parcialmente con los dos pies y con ayuda de las muletas, ya podía salir a la calle y empezar a acostumbrarme en una ciudad que de por sí es hostil y, en las condiciones en que me encontraba, probablemente lo sería mucho más. No me arriesgué y probé desde el principio en movilizarme al trabajo en taxi. Lo que en un principio debería ser algo cómodo (pues, valgan verdades, no hacía casi ningún esfuerzo aparte que me permitía leer en el camino) se convirtió en un espectáculo triste que consistía en la ruta ida y vuelta sin escalas de la casa al trabajo a la vez que presenciaba los intercambios verbales sin sentido entre los conductores quienes transmitían el estrés al pasajero, o sea yo.

Las últimas semanas dejé las muletas y he estado caminando más, siempre con la ayuda del bastón. Ya el bolsillo pedía que vuelva a los micros y así fue.  Bastaron un par de veces en que tuve que aguantar parado media hora haciendo equilibrio con la pierna buena y el bastón antes de conseguir asiento para darme cuenta de que tener las dos piernas operativas es un lujo, un lujo que la mayoría podríamos ufanarnos de tener y que pocos lo hacemos. Únicamente me prometí a mí mismo que intensificaría que más personas se den cuenta de eso de las maneras que tenga a mi alcance, este espacio virtual y este post específicamente son prueba de ello, a pesar de que las pocas ganas de escribir que tuve la mayor parte de mi tiempo de reposo.

La última visita al médico vino con buenas noticias: ya podía empezar a caminar más y la rehabilitación consistiría en natación y, así es, bicicleta. Así estoy escribiendo ahora este post, esperando el día en que mi pie se sienta listo para la exigencia mediana de la bicicleta, el entusiasmo es grande y Constantina, mi compañera de calles de hace 12 años y medio y de inacabables llantas Pirelli, espera tranquila. Una nueva etapa empieza para mí como ciclista, una en la que aprecie mucho más este estilo de vida que he escogido y sobre el que seguiré escribiendo. Hola libertad, nos vemos de nuevo.


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Ruedas de Apoyo

o la historia de como volverse ciclista en Lima